2. Consideración del día 2
El verbo eterno se encontraba a punto de tomar su naturaleza creada en la santa casa de Nazaret, donde vivían María y José. Cuando la sombra de la ley divina vino a deslizarse sobre ella, María estaba sola y sumergida en las oraciones. Pasaba horas durantes las noches silenciosas en la unión más estrecha con Dios; y mientras oraba, la palabra tomó posesión de su morada. Sin embargo, no llegó de imprevisto: antes de presentarse envió a un mensajero, que fue el Arcángel San Gabriel quien pidió a María de parte de Dios su consentimiento para la encarnación de su hijo. El creador no quiso efectuar ese gran misterio sin la aprobación de su sierva.

Aquel momento fue muy majestuoso para ella: era potestativo en María rehusar… Con qué adorables delicias, con qué inefable complacencia aguardaría la Santísima Trinidad a que María abriese los labios y pronunciase el «sí» que debió ser suave melodía para sus oídos, y con el cual se conformaba su profunda humildad a la omnipotente voluntad de Dios. La Virgen Inmaculada ha dado su consentimiento. El arcángel San Gabriel ha desaparecido. Dios se ha revestido de una naturaleza creada; la voluntad eterna está cumplida y la creación completa. En las regiones del mundo angelical estalla una alegría inmensa, pero la Virgen María ni le oía ni le hubiese prestado atención a él. Tenía reclinada la cabeza y su alma estaba sumida en el silencio que se asemejaba al de Dios. El Verbo se había hecho carne, y aunque aún invisible para el mundo, habitaba ya entre los hombres que su inmenso amor había venido a salvarlos. No era ya sólo la palabra eterna; era el Niño Jesús revestido de la apariencia humana, y justificando ya el elogio que de Él han hecho todas las generaciones en llamarle el más bello de los hijos de los hombres.
Continua con la la oración a la Virgen María
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